martes, 19 de mayo de 2009

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K dice:
Valés mucho más de lo que vos crees.


A veces las cosas vuelven en sepia. Como queriendo ayudarme, y cicatrizar las heridas que traigo en el rostro. Pero leer en mi máquina, en mi escritorio, palabras como éstas, hacen que le sonría a un monitor, aunque nadie pudiere ver mi sonrisa.

Pero haya alguien del otro lado que sepa que estoy sonriendo… Es algo que no me pasa hace muchísimo.



“Dame un largo beso de buenas noches, y todo estará bien”







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lunes, 18 de mayo de 2009

Abraxas

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Le dije a una persona que tener fe no es lo mismo que tener esperanza. Esperanza significa esperar. La fe significa mutilar.

Tener fe en algo significa olvidarse de la polarización de las cosas. Significa perderse de la dualidad de las palabras, de los afectos, de las creencias.

Del alma.


Hace unos días leí sobre un dios, en una novela de Hesse. Se llamaba Abraxas. Un ángel y a la vez un demonio que analiza las dicotomías de la naturaleza, de la vida, para nutrirse en una sola esperanza. Un dios que no sabe de fe. Sino de destino. Un dios que no analiza, sino que observa. Un dios que no corta ni elige las palabras.

Ojalá todos pudiéramos ser así. Olvidarnos de amputar las miserias. De fingir que sólo hay una verdad.

Y que es la propia.


Ojalá todos pudiésemos olvidarnos de la fe, del cercenamiento impávido de lo putrefacto, y tener confianza y respeto por la esperanza, madre de la fuerza.

Ojalá…





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viernes, 15 de mayo de 2009

Era viernes.


Estaba un poco angustiada. El grupo de amigos con el que estaba vivía de pelea en pelea. Había logrado encajar con un grupo de “alguienes”, por primera vez en mucho tiempo. Se trataba de cinco o seis compañeros del profesorado, nuevo ciclo en mi vida. Pero de alguna manera, seguía triste.

Seguía viendo sombras donde no había. Y las luces oscuras venían a mí, a mis proyectos, como sabiendo con quién estaban hablando.

Había mucha hipocresía, y estaba empezando a entenderlo.


Cuando salí del aula de marcos verdes, Charo fumaba. No sé que me guió a mirarla. Pero estaba inmersa en sus sentimientos, en sus pensamientos. Desde las escaleras podía verse que estaba todavía más triste que yo.

- ¿Estás bien?
- Sí. Que se yo. Tengo un problema con una materia.
- ¿Qué pasó?
- No tengo grupo.
- Le pregunto al mío si podés venir. No creo que haya problemas…


Y es que pensé que no iba a haber problemas. Pero la realidad es que mi pequeño grupo repasó mi figura de arriba a abajo, y me dijo que ella no era de confiar. Que ya había tenido problemas con otros compañeros, y que lo mejor sería dejar todo como estaba.

Al día siguiente tuve que decirle que no. No recuerdo bien cómo. Pero ella me dio a entender que sabía que esa iba a ser la respuesta.

Con mezcla de molestia, de desazón, decidí no intervenir.


Decidí observar.


Antes de madurar, todo se estaba pudriendo.


Ya no quería estar con un grupo de personas que resultaban tan prejuiciosas. Si hablaban de ella sin conocerla ¿Qué podrían haber dicho de mí? Si la miraban como un objeto raro aún cuando no conocían siquiera su nombre, ¿Qué dirían a mis espaldas?
Antes de tener problemas, decidí quedarme sola otra vez. Decidí vagar por las instalaciones del profesorado sola, pero tranquila en mi conciencia. En el grupo de compañeros que tenía las hostilidades eran internas. A pesar de que de juraban amistad pura, plena, entre líneas yo leía mensajes que no todo el montón podía leer. Se golpeaban unos a otros, utilizando como herramienta principal lo que nos unía. La palabra. Pero se trataba de armas invisibles. Nadie las podía ver.

Sólo yo. Y esto no significa egocentrismo, sin embargo.


Y entonces ella se acercó a mí, y me contó del novio con el que estaba hace poco menos de un mes. Me contó que se sentía sola en el lugar. Y que había poca gente que le caía bien.

Empezamos a sentarnos juntas.


Empecé a sentirla mi confidente. Supo, inmediatamente después que yo, las cosas que me hacían mal, y bien. Las personas que me intrigaban. Las que no.

Creo que fue en esa etapa cuando di color a mi identidad. Y estoy mintiendo. Ella dio color a mi identidad. Ella forjó con sal todo lo que podía dar de mí.

Me moldeó.


Ayudó a que mi alma tuviera una forma. Ayudó a que empezara a sonreír. A que mechara todos los colores en un mismo haz de luz, y no solo el negro putrefacto con el que dibujaba vagamente desde hacía tanto tiempo.

Supo abofetearme cuando lloraba, para que le diera la cara a la vida. Supo endulzar mis ojos, viendo lo que nadie podía ver.

Nunca más nos separamos.


Después de ese episodio las noches del aula cuatro se volvieron mucho más simples. En un primer banco, Ariadna y Nicolás charlaban animosamente; Gabriel y Felipe, en el banco de atrás, se daban vuelta cada dos minutos al tercer banco, donde estábamos nosotras dos.

Así nació nuestra amistad.

domingo, 10 de mayo de 2009

Todo lo que sabía era que estaba caminando hacia el destino que yo quería. Y eso era todo lo que me hacía feliz. Había encontrado algo sobre lo cual decidir. Por primera vez, había tomado una decisión que, acertada o no, era mía.

O por lo menos eso creía.


Después de que los encontré, caminamos junto a unos compañeros de otro curso. Avanzamos unas seis o siete cuadras más, hablando y riendo. Pero yo ya notaba algo extraño.

Yo observaba las miradas cómplices entre mis dos grandes amigos, y queriendo participar ingenuamente, los miraba y me incluía en las bromas. Yo jamás pensé que detrás de esas risas, yo debía leer, entre líneas, que ellos habían estado esperando este día.

Semanas atrás y a raíz de una apuesta, un compañero me había dado mi primer beso. Recuerdo haber salido de entre los ombúes con la boca temblando, masticando un caramelo que él me había regalado. Me preguntó si alguna vez había besado a alguien, y sus ojos se tornaron brillantes negros cuando le dije que no. Me acercó su boca, y me dio el beso más dulce que podría haber soñado.

Tuve miedo.


Mientras caminábamos, yo podía ver el paisaje que se nos acercaba. A la derecha, las calles de la urbanidad poblaban lo verde y azul de la izquierda. Jamás había caído en cuentas de que, a pocas cuadras de donde estudiábamos, un claro rodeado de árboles frondosos se difuminaba en el cemento y las líneas blancas de las rutas.

Mientras caminaba, pensaba que ese era el gesto de amistad más bonito que alguna vez me hubieron regalado.

A medida que nos ahondábamos en el lugar, el resto de los compañeros que estaban con nosotros fueron desapareciendo, prefiriendo otros lugares.

Y todo lo que recuerdo es que, como si todo hubiera estado programado, el tránsito cesó. La ruta se heló, por completo, dejando el espacio para nosotros tres. Todo se volvió silencio.

Todo lo que se escuchó fueron los pasos ansiosos de mis amigos. Seguimos caminando unos metros más. A esta altura del camino y según lo recuerdo, empezaron a burlarse de mí. Se trataba de una simbiosis entre una especie de humillación, pánico, y frialdad.

Los ojos de Juan se tornaron cuasi rojos. Estaban furiosos.


Jeremías tenía mucha más fuerza de la que yo creía tener. Me zamarreaba, hasta que me fundió en un golpe certero en mi estómago.

Se sacaron las mochilas, la ropa entera, y se abalanzaron sobre mí.

Después de ello, todo lo que recuerdo son imágenes. Fotografías. Amarillentas.

Sangre.

Sudor.

Pena.

Pánico.



Sobre todas las cosas, pánico.




Ese día los amigos que había conocido ese año me despojaron de todo signo de ingenuidad. Había perdido la virginidad, (algo que ni siquiera entendía qué significaba) al tiempo que la niñez. Ese día, entendí que mi vida se iba a basar en perder, para luego ganar, y posteriormente, volver a perder. Ese día comprendí que nunca iba a estar tranquila, en la vida.

Que por más que volviere a buscar la paz, encerrada en mi cuarto, jamás lo iba a lograr.

Jamás pude superar el abuso de mis amigos.

Ese fue el Origen de todo.

miércoles, 6 de mayo de 2009

- Formá. Nosotros vamos a esperarte fuera.
- Pero… ¿Después, qué hago?
- Después tirá la mochila por la ventana. Nosotros la agarramos y te esperamos en la esquina. ¡No tardes!



Hacerlo fue fácil. Hice la fila y me ubiqué detrás de todos mis compañeros, incluso detrás de Ponce, que era el más alto de todos. Iba a ser una situación arriesgada. Pero es de saber que estaba enceguecida por ellos.

Nadie iba a darse cuenta.


Juan B. y Jeremías M. no formaron. Sus madres no confirmaban todas las tardes, como la mía, si me presentaba o no en la escuela. En realidad nunca supe si Juan tenía madre o no. Preferí pensar que era una mujer grande, culta, y sabia, y que jamás indagaría la vida de su hijo como sí lo hacían con la mía. Obviamente a esta edad, formulaba este tipo de pensamientos toda vez que mi madre me prohibía algo.
Por eso, fue necesario que yo sí diera el “Presente, precep”

Eran mis amigos. Eran las personas con las cuales yo compartía horas de clase, estudio y libertad. Pasaba las horas libres en casa de Jeremías. A veces conversaba con su madre, e incluso ayudaba con los quehaceres de la casa, de vez en cuando. Era como estar en mi propio hogar.
Hasta donde mis años sabían, eras personas decentes. Eran la idealización del respeto, y la sombra del recuerdo de los años anteriores…

Tiré la mochila por la ventana del establecimiento. Cuando vi que toda el aula se transformaba en el bullicio testarudo de adolescentes alborotados, me escabullí de entre la multitud, y traté de pasar desapercibida.
Nadie miró mi sonrisa. Nadie sabía que estaba tratando de disfrutar de un segundo de libertad. Nadie supo que ese momento estaba siendo feliz.


Y es que jamás supe hacia dónde estaba caminando la vez que crucé las puertas de mi escuela.



Ni siquiera literalmente. No sabía al punto exacto hacia dónde íbamos.


Y en realidad, tampoco hacia dónde la vida me estaba llevando.



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