Todo lo que sabía era que estaba caminando hacia el destino que yo quería. Y eso era todo lo que me hacía feliz. Había encontrado algo sobre lo cual decidir. Por primera vez, había tomado una decisión que, acertada o no, era mía.
O por lo menos eso creía.
Después de que los encontré, caminamos junto a unos compañeros de otro curso. Avanzamos unas seis o siete cuadras más, hablando y riendo. Pero yo ya notaba algo extraño.
Yo observaba las miradas cómplices entre mis dos grandes amigos, y queriendo participar ingenuamente, los miraba y me incluía en las bromas. Yo jamás pensé que detrás de esas risas, yo debía leer, entre líneas, que ellos habían estado esperando este día.
Semanas atrás y a raíz de una apuesta, un compañero me había dado mi primer beso. Recuerdo haber salido de entre los ombúes con la boca temblando, masticando un caramelo que él me había regalado. Me preguntó si alguna vez había besado a alguien, y sus ojos se tornaron brillantes negros cuando le dije que no. Me acercó su boca, y me dio el beso más dulce que podría haber soñado.
Tuve miedo.
Mientras caminábamos, yo podía ver el paisaje que se nos acercaba. A la derecha, las calles de la urbanidad poblaban lo verde y azul de la izquierda. Jamás había caído en cuentas de que, a pocas cuadras de donde estudiábamos, un claro rodeado de árboles frondosos se difuminaba en el cemento y las líneas blancas de las rutas.
Mientras caminaba, pensaba que ese era el gesto de amistad más bonito que alguna vez me hubieron regalado.
A medida que nos ahondábamos en el lugar, el resto de los compañeros que estaban con nosotros fueron desapareciendo, prefiriendo otros lugares.
Y todo lo que recuerdo es que, como si todo hubiera estado programado, el tránsito cesó. La ruta se heló, por completo, dejando el espacio para nosotros tres. Todo se volvió silencio.
Todo lo que se escuchó fueron los pasos ansiosos de mis amigos. Seguimos caminando unos metros más. A esta altura del camino y según lo recuerdo, empezaron a burlarse de mí. Se trataba de una simbiosis entre una especie de humillación, pánico, y frialdad.
Los ojos de Juan se tornaron cuasi rojos. Estaban furiosos.
Jeremías tenía mucha más fuerza de la que yo creía tener. Me zamarreaba, hasta que me fundió en un golpe certero en mi estómago.
Se sacaron las mochilas, la ropa entera, y se abalanzaron sobre mí.
Después de ello, todo lo que recuerdo son imágenes. Fotografías. Amarillentas.
Sangre.
Sudor.
Pena.
Pánico.
Sobre todas las cosas, pánico.
Ese día los amigos que había conocido ese año me despojaron de todo signo de ingenuidad. Había perdido la virginidad, (algo que ni siquiera entendía qué significaba) al tiempo que la niñez. Ese día, entendí que mi vida se iba a basar en perder, para luego ganar, y posteriormente, volver a perder. Ese día comprendí que nunca iba a estar tranquila, en la vida.
Que por más que volviere a buscar la paz, encerrada en mi cuarto, jamás lo iba a lograr.
Jamás pude superar el abuso de mis amigos.
Ese fue el Origen de todo.