viernes, 26 de junio de 2009

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Hay cosas que sin embargo, sigo extrañando.


Antes que nada, extraño las chocolatadas de Don Benavídez. Esas que te hacían pensar que todavía eras un niño. Que no había otra complicación más que saber que al otro día había dos hojas que transcribir. Y que la letra salía horrible. No había cosas que analizar, proyectos que resolver, corazones que desenamorar. No había razones para olvidar.

Extraño a Dalcio corriendo por las escalinatas del edificio, con sus zapatitos que hablaban. Tenía ojos tristes, pero él siempre estaba alegre. Nadie sabía si estudiaba, si lloraba, si comía. Podías verlo trepando los balcones, subiéndose a los portones, a los árboles. Pocas veces podíamos verlo fuera del edificio. Creo que el monoblock era su mundo. Y allí debe estar su alma.

Ese niño quedó en el árbol que se asomaba a mi balcón del segundo piso. En el departamento 26.


Extraño mis hermanos de antes. Elizabeth me sentaba en su regazo, en el sillón marrón, y me mostraba sus novelas. Me mostraba quién estaba enamorado de quién. Quién era la mala, quien la buena, y que la mucama que estaba embarazada, pero no se lo decía a nadie, pues el niño era del padre de la familia.

Y así.


Y yo miraba, alunada. Creyendo que todo era verdad. Me quedé en las historias que mi hermana me contaba a través de las imágenes, pensando en la maldad de la gente, preguntándome qué me iba a tocar a mí.

Mi hermano me sentaba en su moto azul, y me ayudaba a sentir el viento pegándome de frente. Estaba loco, pero yo lo amaba así. Hacía voces, y gesticulaba. Y se ponía sábanas y paños en la cabeza mientras se comía el asado que papá preparaba. Y si preguntaban, había sido yo…

Yo pienso que me quedé en ese departamento.


Yo pienso que sigo tomando el té con mis muñecas. Que hay una adolescente con cabellos enrulados que me sigue mostrando sus telenovelas favoritas. Y que un varoncito que sólo muestra el blanco de sus dientes, sigue culpándome por el asado que él mismo se comió.

Pienso que todavía hay un pequeño rubiecito tocando el timbre del departamento veintiséis, para saber si el monigote de cabellos negros sale a jugar, o no. Sigue trepando el árbol. Y sigue haciendo caras graciosas si me ve llorar.


Pienso que todo debe seguir igual que el día que me fui a la escuela, y jamás regresé para tomar la leche y salir a jugar con Dalcio.



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sábado, 13 de junio de 2009

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Definitivamente estoy volviendo a mi vida de antes.

Salgo más. Me río más. Soy feliz de más. Es en estos momentos cuando empiezo a decirme

“Todo es tan perfecto que asusta”


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