jueves, 19 de febrero de 2009



Tenía el alma desgarrada. Tenía los sueños rotos de tanto pensar. Tenía un fantasma sobre mi espalda, que todos los días me preguntaba lo que iba a hacer, cómo iba a superar los problemas de ahora en más. Me preguntaba si había olvidado, en tono burlón.

Los fantasmas tienden a burlarse de uno mismo.


Todo estaba perdido. Desde el llavero con la leyenda “Amor” en japonés, hasta el amor eterno que se prometió, una y otra vez. Ya no había nada de lo que estaba previsto. Ya no había nada de la premisa de amor que me unió a él.
El fantasma se burlaba, cada día más. “Ilusa… Sos una Ilusa” Y cada mañana se tornó, insultándome hasta el cansancio… Dormitaba, y luego aparecía otra vez, acobardando mis instintos de seguir adelante. Se burlaba hasta de mi forma de caminar.

“Ya ni siquiera podés echar a andar”


Un día, le pregunté cuál era su objetivo. Me respondió que en realidad no había un objetivo exacto, pero que anhelaba verme suplicante.

- ¿Si suplico… te vas a ir?
- Eso depende.
- ¿De qué cosa depende?
- De si él acepta tus súplicas.



Pero no las aceptó.



Realmente ese fantasma era perverso. Es insano que alguien, algo a lo que no podés ver, te obligue a revolcarte en la más absoluta humillación. Que se desespere por verte suplicante, a la espera de que tu hora no llegue, y que tus lágrimas sean más negras que el negro mismo. Realmente era una carga pesada, este fantasma.

Para más problemas, su aspecto era aterrador. Tenía lastimaduras, y supo contarme todas las historias de sus cicatrices. Pero se regocijó al decir que no le dolía ninguna. Cada vez que provocaba un daño perverso, una cicatriz imborrable se sumaba al montón que estaban dispersas por todo su rostro, pálido.

Me di cuenta que ese fantasma que no mostraba ganas de removerse de mi espalda era la Humillación en sí misma. En el instante en que caí en cuentas de lo dicho, pareció mirarme con tono malherido. Parecía desesperado. En un momento, me hice a la idea de que era un niño castigado en un rincón, triste al verse envuelto en otra travesura más.


Pero no tenía que ceder.



- Ya sé qué puedo hacer para que te vayas. Y nada me va a hacer más feliz, que verte fuera de mi vida. Has sido buen compañero… Pero no te necesito.
- ¿Qué vas a hacer conmigo?
- De ahora en más, voy a dejar de pensar que sos una carga. En realidad, de ahora en más, voy a dejar de pensar en que existís.
- Pero…
- …
- Está bien, vas a ver cómo te gano.




Día a día, el fantasma se iba avejentando, como la señora Bruja, que vivía debajo de mi departamento. A veces se tornaba un poco desesperante, y me prometía que ya no me iba a insultar más. Pero no podía dejar que me gane la humillación. Todo podría ganarme. Pero la humillación…

La humillación no.


Los días pasaban y Humillación se consumía cada vez más rápido. Era como ver pasar una vida, en tiempo resumido. Jugaba con mi pelo desteñido y cada tanto lo despeinaba, para volverlo a peinar. Trataba de volver a frecuentarme. Pero yo tenía que hacer caso omiso. Ese era mi objetivo. Y mi objetivo era mucho más exacto que el suyo. Porque deseaba con todas mis fuerzas que se vaya, para poder pensar en otras cosas.


Y como cierta persona que alguna vez crucé, me habló de piedad.



Si tantas personas pueden ser despiadadas, y despojan a otros seres que ansían un bien que se puede otorgar, entonces yo también tenía que pensar en mí. Yo también tenía que pensar en las cosas que me dan Sol.

Y la humillación jamás me dio Sol.


Lamenté verlo morir. Se había ganado mi compasión. Pero sabía que éramos incompatibles. O tal vez demasiado compatibles como para poder convivir el uno con el otro. Ya sentía demasiado dolor en mi espalda, y la angustia estaba invadiendo mi pecho y todas las cosas en las que penaba antes de conocer lo que significa Crecer.

Lo enterré al lado de un árbol al que quiero mucho, porque realmente me daba pena verlo acurrucado, tieso, como una semilla de jacarandá.


Y así enterré mi humillación, al tiempo que las diapositivas en tono sepia volvían a aparecer. Pero ya no lloraba cuando pasaban sobre mi mirada vacía.



Definitivamente comencé a sentir menos peso sobre mí.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que bueno poder reconocer a nuestros fantasmas y sobre todo poder conbatirlos. Son una parte de nosotros nacen porque nosotros los creamos y mueren... nose si mueren cuando los matamos o si mueren cuando quieren. Linda metafora que acompaño mi noche.

Cristian
pd: Gracias x compartirlo recien escrito

Anónimo dijo...

Que bien que escribis !

Publicar un comentario